Llegué a Inglaterra tras dejar atrás una gran montaña de papeleo y un vuelo basura de Ryanair. Mi pronunciación inglesa tenía mucho de Spanglish y solo era capaz de entender un 40% de lo que me decían (gracias a mis inestimables 12 años de inglés de colegio e instituto). Nada más aterrizar en Stansted tuve un malentendido con el cambio de hora y la palabra “coach”; que de acuerdo con Franklin Spanish-English Dictionary es 1. Vagón de pasajeros 2. Autobús. Estaba claro que el señor Benjamin no me iba a sacar de ese aprieto. Pregunté a unos argentinos que tenían la misma idea que yo y encima me confundieron más con la hora. Finalmente, di con una búlgara que se dirigía también a Norwich ¡Por fin un poco de suerte! Al llegar a la Norwich Bus Station me esperaban mis compañeros de piso: Colin, mi casero, y Ricardo, estudiante portugués de doctorado. Parecían bastante simpáticos y hasta me dieron una vuelta en coche para conocer la ciudad y todo. Cuando por fin estuve solo en mi nueva habitación, me tiré sobre el colchón y….
Al día siguiente era casi soleado para England. Salí a dar un paseo para conocer el centro con la ilusión pintada en mi cara. Norwich era una ciudad perfecta: ni muy pequeña, ni grande, limpia, con su encanto medieval, abundante comercio y un urbanismo ideal británico de casitas con jardines (mucho mejor que los mamotretos de pisos de las ciudades españolas). A la vuelta me vine con la idea de que había encontrado el hogar de mi vida. Y así fue hasta que apareció el invierno.